miércoles, julio 30, 2008

Benjanán

Karel Ĉapek

ANÁS

—Me preguntas, Benjanán, si él es culpable. El caso es el siguiente: yo no he sido el que lo ha condenado a muerte. Se lo envié a Caifás; que te diga Caifás qué delito ha encontrado en él. Personalmente, no tengo nada que ver en este asunto.

Yo soy un viejo práctico, Benjanán, y te lo digo abiertamente. Creo que sus enseñanzas eran, hasta cierto punto, de buen fondo. Ese hombre tenía razón en muchas cosas, Benjanán, y su intención era honrada; pero su táctica, muy mala. De esa forma nunca puede ganar nadie. Hubiera hecho mejor escribiendo un libro sobre todo ello y publicándolo. La gente lo hubiera leído y se hubiera dicho: Es un libro flojo, o interesante, en él no se encuentra nada nuevo... y cosas parecidas, en fin, lo que se dice generalmente de los nuevos libros. Pero al cabo de algún tiempo hubieran empezado a escribir sobre esto o aquello otras personas, y después otras; y por lo menos, hubiera conseguido inculcar algo. No toda su doctrina, desde luego; pero eso, una persona con sentido común ni siquiera lo desea. Basta con asentar una o dos de sus ideas. Así se hace y no de otra forma, querido Bejanán, cuando se quiere arreglar el mundo. Para eso ha de tenerse paciencia e ir suavemente. Te lo digo; ha de usarse la táctica apropiada. ¿Para qué sirve la verdad si no sabemos hacerla valer

Y ésa fue su mayor falta, que tuvo paciencia. Quería redimir al mundo en un dos por tres y hasta contra la voluntad de los salvados. Y eso es imposible, Benjanán. No debía haber ido hacia su meta tan directamente y con tanta brusquedad. La verdad se debe ir metiendo poco a poco, a cachitos; aquí un poquito, allá otro poco... para que la gente se vaya acostumbrado a ella. Y no que, de pronto, comienza: “Da todo lo que tienes...” y esto y lo otro. Ése es mal método. Además, debía haber tenido más cuidado con lo que hacía. Por ejemplo, aquello de ir con el látigo a arrojar a los mercaderes del Templo... ¡Si ellos son también buenos judíos, hombre, y tienen que vivir de algo! Yo sé que las casas de cambio no deben estar en un templo, pero siempre han estado allí. Entonces, ¿para qué tantos romances? Debía haberse quejado de ellos en el Sanedrín y en paz. El Sanedrín quizás hubiera ordenado que pusieran las mesas un poco más lejos y todo hubiera acabado bien. La importancia está siempre en la manera de hacer las cosas. El hombre que quiere conseguir algo en este mundo, no debe perder la cabeza y tiene que saberse dominar. Debe tener un frío y calculado sentido de las cosas. Lo mismo que esas asambleas de multitudes que hacía.... Ya sabes, Benjanán, a ninguna autoridad le gusta eso. O el que se dejara recibir tan pomposamente cuando llegó a Jerusalén. No tienes idea de la mala sangre que eso hizo. Debía haber entrado a pie y haber saludado aquí y allá... Así hay que hacer las cosas si se quiere tener alguna influencia. Hasta he oído decir que se dejó invitar por un publicano romano, pero no puedo creerlo; una torpeza así no la hubiera cometido. A la gente le gusta mucho desacreditar. Y no debía haber hecho milagros, eso tenía que acabar mal. Dilo tú mismo; a todos no los puede ayudar y aquéllos a quien no hizo milagro alguno, le tomaron rabia. O la de la mujer adúltera, eso sí que ocurrió, estoy seguro, Benjanán, y fue un grave error de táctica. ¡Decir a la gente en el juicio que tampoco ellos estaban libres de culpa! Si fuera así, ¿acaso podría haber en el mundo justicia alguna? Te lo digo, Benjanán, cometió una falta tras otra. Debía haber enseñado solamente y dejarse de hechos. No debió tomar sus enseñanzas tan al pie de la letra, no debió quererlas poner en práctica en seguida. Su método fue malo, querido Benjanán. Dicho sea entre nosotros, podía tener razón en muchas cosas, pero su táctica fue dudosa. Claro, no podía acabar de otra manera...


No te devanes los sesos con eso, Benjanán; todo está en orden. Fue un hombre justo, pero si quería salvar al mundo no debía haber sido tan radical. ¿Si fue condenado en justicia? ¡Vaya cuestión! Sí, te digo que, tácticamente, tenía que perder.


CAIFÁS

—Siéntate, mi querido Benjanán, estoy a tu servicio. Así que te interesa saber mi opinión, sobre si ese hombre fue crucificado justamente. Eso es muy sencillo, querido Benjanán. Primero: a nosotros no nos importa, porque no somos los que lo hemos condenado a muerte. Solamente lo entregamos al señor Procurador romano, ¿no es cierto? ¿Para qué hablar de responsabilidad en este asunto? Si lo condenaron justamente, está bien; si se ha cometido una injusticia, entonces, la culpa es de los romanos y se lo podremos echar en cara cuando nos convenga. Así está el asunto, querido Benjanán. Este caso se debe considerar políticamente. Por menos yo, como Sumo sacerdote, tengo que tener en cuenta el alcance político de cada cosa. Suponte tú, amigo: los romanos nos han librado de una persona que, ¿cómo diría yo?... por ciertos motivos no nos era grata. Y además, la responsabilidad recae sobre ellos...

¿Cómo dices? ¿Que cuáles son esos motivos? Benjanán, Benjanán... me parece que esta generación no tiene bastante sentido patriótico. ¿Pero acaso no comprendes cómo nos perjudica el que se ataque a nuestras autoridades reconocidas, como son los fariseos y los legisladores? ¿Qué van a pensar los romanos de nosotros? ¡Si eso es destruir el orgullo personal de la nación! Por motivos patrióticos debemos ayudar a levantar el prestigio de la nación, si queremos evitar que ésta caiga bajo la influencia extranjera. El que quita a Israel la fe en los fariseos trabaja a favor de los romanos. Y nosotros hemos arreglado las cosas de manera que el asunto ha sido resuelto por los propios romanos. A eso se le llama política, Benjanán. Y ahora uno encuentra todavía tontos que se preocupan de si fue o no crucificado en justicia. Recuerde usted, jovencito, que el interés de la patria está ante todo. Yo sé muy bien que nuestros fariseos tienen sus defectos. Aquí entre nosotros, son unos charlatanes sin vergüenza. Pero no podemos permitir que nadie menoscabe su autoridad. Ya sé, Benjanán.... Tú eras discípulo suyo y te gustaban sus enseñanzas: eso de que debemos amar a los semejantes e incluso a los enemigos y demás historias. Pero, dilo tú mismo: ¿nos ayuda con eso a nosotros, los judíos?


Y todavía una cosa más. No debía haber ido diciendo que venía a salvar el mundo, que era el Mesías y el Hijo de Dios y qué sé yo cuántas historias... Sabemos muy bien que era de Nazaret... Por favor, di tú, ¿qué Salvador del mundo ni qué ocho cuartos? Hay todavía gente que lo recuerda como hijo de José, el carpintero. ¿Y ese hombre quería salvar el mundo? ¿Pero qué se había creído? Yo soy un buen judío, Benjanán, pero ¡que nadie me venga con que cualquier paisano nuestro puede salvar el mundo! Eso sería tener una idea demasiado elevada de nosotros mismos. Hombre, no diría nada si hubiera sido romano o egipcio. ¿Pero un judiíto así de Galilea? ¡Si es cosa de risa! Eso de que vino al mundo para redimirlo, que se lo cuente a otros, Benjanán, pero a nosotros, no. ¡A nosotros, no! ¡A nosotros, no!

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