De pretextos y presidentes
Cuando uno se enfrenta a una obligación que no escogió —y es curioso como la mayoría de las obligaciones pueden ubicarse con comodidad en esa categoría— o que le resulta desagradable, lo mejor es no posponerla ni evadirla, sino enfrentarla inmediatamente de manera que pronto pueda dejarse atrás. Así es, al menos, como actúan las personas inteligentes y razonables. Los demás, es decir, la mayoría de nosotros, solemos perder el tiempo haciendo otras cosas que nos parecen más entretenidas o consideramos más importantes, si bien esto último suele ser un pretexto sugerido por nuestra mala conciencia para no reconocer que simplemente nos divierten más. Si miro hacia atrás, me doy cuenta de que tanto la época de exámenes y trabajos finales como el período en que tuve que escribir mi tesis se encuentran entre los momentos más creativos de mi vida. Resulta curioso como, de la nada, se me ocurrían entonces ideas que nunca guardaban relación con el asunto que tenía entre manos, cierto, pero que encontraba irresistiblemente seductoras.
Debo confesar que esa tendencia a divagar cuando no debo no se ha corregido con los años, sólo se ha refinado. Por ejemplo, mi capacidad para inventar nuevas preguntas sobre temas sin ninguna relación con lo que me ocupa y la necesidad de encontrar la respuesta de inmediato alcanza ya proporciones épicas. Antes, en La Habana, sentado en la sala de referencias de la Biblioteca Central en la Colina, es un ejemplo, tenía que levantarme a buscar algún tomo de la Enciclopedia Británica para encontrar una respuesta, lo que siempre es un poco molesto; hoy, basta con hacer una búsqueda en Google, que si bien no suele ofrecer respuestas tan detalladas, es mucho más cómodo. Y la ventaja de trabajar sentado frente a un ordenador es que le permite a uno simular que se ocupa de sus cosas cuando en realidad se dedica a perseguir el último pretexto que se la ha ocurrido para apartarse un momento de sus obligaciones.
Sin embargo, hubo una pregunta que me intrigó hace unas semanas y cuya respuesta me parece lo suficientemente interesante como para compartirla, y fue: ¿cuántos presidentes cubanos de 1902 hasta nuestros días nacieron en La Habana?
La respuesta es: uno, Alfredo Zayas y Alonso, que fue presidente de 1921 a 1925. Del primer período de la República, Zayas parece haber sido el presidente más democrático e interesante. Nacido en una familia aristocrática, fue un notable abogado y maestro. Participó en la conspiración que llevó a la Guerra del 95 y tras el inicio de la misma fue deportado a España y puesto en prisión. Acabado el conflicto, regresó a la Isla y, entre otras cosas, actuó como alcalde de La Habana. En 1901, ocupó el puesto de secretario en la comisión encargada de escribir la Constitución, y como tal se opuso a la Enmienda Platt y a la concesión de bases militares a los Estados Unidos en territorio cubano. En 1916 ganó los comicios presidenciales como candidato del Partido Liberal, pero el partido conservador organizó un fraude que no por evidente resultó menos exitoso y se declaró presidente a Mario García Menocal, lo que provocó la llamada Guerra de la Chambelona. Finalmente, los norteamericanos intervinieron —esta vez sin molestarse siquiera en invocar la Enmienda Platt— e impusieron a su candidato favorito, es decir, a Menocal.
Zayas volvió a presentarse en 1920 y asumió el cargo en 1921. Sirvió un sólo mandato durante el cual, entre otras cosas, inició el proceso que le otorgó a las mujeres el derecho a votar, negoció el regreso de la Isla de Pinos a la soberanía cubana —se encontraba ocupada por los Estados Unidos desde 1898— y por primera vez se permitió la total libertad de expresión y publicación en Cuba. Su gobierno fue acusado de corrupto por la oposición, sin embargo, lo fue mucho menos que las administraciones precedentes y subsiguientes. Además, se abstuvo de censurar a la prensa o detener a sus críticos. Esta actitud tolerante le ganó a Zayas el mote de "el Chino," por la paciencia asiática de que hizo gala. No era un hombre perfecto —por ejemplo, de vez en cuando escribía poemas—, pero tiene una de las trayectorias más respetables entre los mandatarios cubanos. ¿Tal vez lo que necesite el país en el futuro sea otro presidente habanero?
La lista casi entera de los presidentes cubanos —he dejado fuera gente que gobernó unas horas o que uno jamás oyó mencionar— es ésta:
Tomás Estrada Palma: cerca de Bayamo, Granma.
José Miguel Gómez: Sancti Spiritus.
Mario García Menocal: central Australia, Matanzas.
Alfredo Zayas y Alonso: La Habana.
Gerardo Machado: Camajuaní, Villa Clara.
Carlos Manuel de Céspedes y Quesada: Nueva York, Estados Unidos.
Ramón Grau y San Martín: La Palma, Pinar del Río.
Carlos Medieta: Sancti Spiritus.
Miguel Mariano Gómez: Sancti Spiritus.
Federico Laredo Bru: Santa Clara, Villa Clara.
Fulgencio Batista: Banes, Holguín.
Carlos Prío Socarrás: Bahía Honda, Pinar del Río.
Manuel Urrutia: Yaguajay, Sancti Spiritus.
Osvaldo Dorticós: Cienfuegos.
Fidel Castro Ruz: Birán, Holguín.
Como nota curiosa, cabe apuntar que si todo sale como han planeado, pronto tendremos nuestro tercer dictador holguinero, uno seguido detrás del otro. (Vamos, las presidencias de Urrutia y Dorticós fueron una broma, todos sabemos quién mandaba.) Aunque mi sugerencia sobre la conveniencia de un presidente habanero sea discutible, creo que todos estaremos de acuerdo en que debería entrarse a considerar en un futuro la posibilidad de pedirle a los nativos de Holguín que se abstengan de participar activamente en política, que como mucho se limiten a votar.
No es por nada, pura precaución.
Debo confesar que esa tendencia a divagar cuando no debo no se ha corregido con los años, sólo se ha refinado. Por ejemplo, mi capacidad para inventar nuevas preguntas sobre temas sin ninguna relación con lo que me ocupa y la necesidad de encontrar la respuesta de inmediato alcanza ya proporciones épicas. Antes, en La Habana, sentado en la sala de referencias de la Biblioteca Central en la Colina, es un ejemplo, tenía que levantarme a buscar algún tomo de la Enciclopedia Británica para encontrar una respuesta, lo que siempre es un poco molesto; hoy, basta con hacer una búsqueda en Google, que si bien no suele ofrecer respuestas tan detalladas, es mucho más cómodo. Y la ventaja de trabajar sentado frente a un ordenador es que le permite a uno simular que se ocupa de sus cosas cuando en realidad se dedica a perseguir el último pretexto que se la ha ocurrido para apartarse un momento de sus obligaciones.
Sin embargo, hubo una pregunta que me intrigó hace unas semanas y cuya respuesta me parece lo suficientemente interesante como para compartirla, y fue: ¿cuántos presidentes cubanos de 1902 hasta nuestros días nacieron en La Habana?
La respuesta es: uno, Alfredo Zayas y Alonso, que fue presidente de 1921 a 1925. Del primer período de la República, Zayas parece haber sido el presidente más democrático e interesante. Nacido en una familia aristocrática, fue un notable abogado y maestro. Participó en la conspiración que llevó a la Guerra del 95 y tras el inicio de la misma fue deportado a España y puesto en prisión. Acabado el conflicto, regresó a la Isla y, entre otras cosas, actuó como alcalde de La Habana. En 1901, ocupó el puesto de secretario en la comisión encargada de escribir la Constitución, y como tal se opuso a la Enmienda Platt y a la concesión de bases militares a los Estados Unidos en territorio cubano. En 1916 ganó los comicios presidenciales como candidato del Partido Liberal, pero el partido conservador organizó un fraude que no por evidente resultó menos exitoso y se declaró presidente a Mario García Menocal, lo que provocó la llamada Guerra de la Chambelona. Finalmente, los norteamericanos intervinieron —esta vez sin molestarse siquiera en invocar la Enmienda Platt— e impusieron a su candidato favorito, es decir, a Menocal.
Zayas volvió a presentarse en 1920 y asumió el cargo en 1921. Sirvió un sólo mandato durante el cual, entre otras cosas, inició el proceso que le otorgó a las mujeres el derecho a votar, negoció el regreso de la Isla de Pinos a la soberanía cubana —se encontraba ocupada por los Estados Unidos desde 1898— y por primera vez se permitió la total libertad de expresión y publicación en Cuba. Su gobierno fue acusado de corrupto por la oposición, sin embargo, lo fue mucho menos que las administraciones precedentes y subsiguientes. Además, se abstuvo de censurar a la prensa o detener a sus críticos. Esta actitud tolerante le ganó a Zayas el mote de "el Chino," por la paciencia asiática de que hizo gala. No era un hombre perfecto —por ejemplo, de vez en cuando escribía poemas—, pero tiene una de las trayectorias más respetables entre los mandatarios cubanos. ¿Tal vez lo que necesite el país en el futuro sea otro presidente habanero?
La lista casi entera de los presidentes cubanos —he dejado fuera gente que gobernó unas horas o que uno jamás oyó mencionar— es ésta:
Tomás Estrada Palma: cerca de Bayamo, Granma.
José Miguel Gómez: Sancti Spiritus.
Mario García Menocal: central Australia, Matanzas.
Alfredo Zayas y Alonso: La Habana.
Gerardo Machado: Camajuaní, Villa Clara.
Carlos Manuel de Céspedes y Quesada: Nueva York, Estados Unidos.
Ramón Grau y San Martín: La Palma, Pinar del Río.
Carlos Medieta: Sancti Spiritus.
Miguel Mariano Gómez: Sancti Spiritus.
Federico Laredo Bru: Santa Clara, Villa Clara.
Fulgencio Batista: Banes, Holguín.
Carlos Prío Socarrás: Bahía Honda, Pinar del Río.
Manuel Urrutia: Yaguajay, Sancti Spiritus.
Osvaldo Dorticós: Cienfuegos.
Fidel Castro Ruz: Birán, Holguín.
Como nota curiosa, cabe apuntar que si todo sale como han planeado, pronto tendremos nuestro tercer dictador holguinero, uno seguido detrás del otro. (Vamos, las presidencias de Urrutia y Dorticós fueron una broma, todos sabemos quién mandaba.) Aunque mi sugerencia sobre la conveniencia de un presidente habanero sea discutible, creo que todos estaremos de acuerdo en que debería entrarse a considerar en un futuro la posibilidad de pedirle a los nativos de Holguín que se abstengan de participar activamente en política, que como mucho se limiten a votar.
No es por nada, pura precaución.
6 Comments:
No me había percatado de que has vuelto a escribir. Me alegro: siempre es un placer. Por otra parte, ¿te das cuenta de que tu forma de escribir sobre cuba es rarísima en españa, donde casi todo el mundo tiene una opinión feroz e indocumentada? Supongo que son las ventajas de saber de qué se habla. Saludos, compañero.
Pues sí, he encontrado algún tiempo, y ganas.
No sé bien cómo se escribe sobre Cuba en España, al menos no cómo escriben los españoles sobre el tema (aunque algo he visto de los dos lados del espectro político); sí estoy algo más familiarizado con lo que escriben los cubanos. Y la verdad es que no me considero especialmente informado sobre Cuba y menos sobre el siglo XX. Al menos sobre el XIX uno puede leer a Moreno Fraginals, por ejemplo, y encontrar un acercamiento inteligente y, sobre todo, bastante libre de cualquier manipulación política.
El siglo XX no tiene esa suerte. Más allá de los últimos tomos de "Documentos para la Historia de Cuba," de Hortensia Pichardo, no conozco mucho que me atreva a recomendar, y ese libro son documentos históricos, que por eso se salva de la excesiva manipulación.
No es que no existan libros puntuales interesantes e intelectualmente serios, negar eso sería injusto. Pero sin duda la historia de la república ha sido muy manipulada por el gobierno en Cuba y por la oposición en el exilio. Tanto que ya es difícil saber dónde descansa la verdad.
Por otro lado, el tema de Cuba está tan polarizado que es muy difícil encontrar personas que intervengan sin que los lastre o sus preferencias ideológicas o el bagaje emocional acumulado durante estos años, lo que por otra parte es comprensible.
Por mi parte, creo que el hecho de no ser una persona muy emotiva me ayuda a mantener la distancia. Aprendí en casa que, más allá de los gustos o digustos personales, uno debía intentar mantener la cabeza clara a la hora de pensar sobre algo. Y trato de hacerlo hasta donde resulta humanamente posible. No siempre tengo éxito, pero uno lo intenta.
Acabo de encontrar su blog, para mi es un placer, dada la coincidencia de intereses, no sólo en temas y personajes, sino también algunas opiniones, que suscribiría sin recato. Me ha encantado su texto sobre el presidente Zayas y me ha hecho recordar una obra suya que me obsequió el doctor Herrera Fritot, el Diccionario Lexicológico Antillano, ya que Zayas también tuvo gran preocupación por la antropología y la lexicología, era un hombre profundo, revestido de cinismo y con un anecdotario politico legendario que terminó imponiéndose en su biografía. El era muy picaresco y por ahí andan historias deliciosas, pero no me parece de buen gusto mencionarlas por escrito.
Sobre la Editorial Cocuyo, efectivamente trabajaba allí un editor “repatriado” de EE. UU. responsable de muchos de los buenos títulos traducidos y publicados en su momento. Una de las muchas exquisitas rarezas publicadas en aquellos días fueron las biografías imaginarias que escribió Marcel Schwob de personajes famosos o desconocidos, de los cuales apenas ha quedado noticia de sus vidas. La obra desborda imaginación y erudición y está escrita con un estilo fascinante. (Esta frase ha sido lugar común de la crítica, pero en el caso de Schwob son absolutamente justas.) Su estilo es tan poderoso que más de un escritor latinoamericano ha confesado su influencia en ellos.
Desafortunadamente no caben en una maleta todos los libros amados, esos que uno manosea y revisita en los días buenos y en las malas noches.
Mucha suerte para usted y su blog.
John Fortes
Gracias, John. Conozco el libro de Schwob, y creo que mi ejemplar lamentablemente continúa en La Habana. Y sí que es un libro fascinante, además de con muy buena sombra, habida cuenta la enorme deuda que tiene con él "Historia universal de la infamia," de Borges. Por ese estilo, y también de Cocuyo, están los "Apócrifos," de Karel Capek, otro libro excelente. Realmente esa colección es una de las más interesantes, lo que tiene su mérito porque al menos durante un momento existió en Cuba una política de publicación bastante buena.
En cualquier caso, gracias por pasar por acá.
¡Hombre!, Gabriel, el libro de Schwob sí que está publicado aquí aunque, claro, no debe ser demasiado sencillo de encontrar; tal vez en alguna feria del libro viejo. Creo que la última edición debió ser la de Orbis en 1986 (para kiosko: Jorge Luis Borges, "Mi biblioteca personal")
GABRIEL soy yoyi, gracias por visitar mi blog. el video del terminator lo pase a mi otro blog que se llama el yoyin y la cacharreria ahi lo podras encontrar.perdona que te escriba esto aqui, despues que lo leas borralo es que no encontre donde escribirte. un saludo.
www.elyoyinylacacharreria.blogspot.com
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