Rostropovich

Murió ayer Mstislav Rostropovich, lo que en cierto sentido es una pena. Y digo en cierto sentido porque ya era un hombre mayor y a todos se nos acaba el tiempo en algún momento u otro; como dijera Borges en una miloga: "Morir es una costumbre / que sabe tener la gente".

El titular del artículo que le dedicó la edición digital del periódico El Mundo, no sé si en un alarde de ignorancia del periodista o en un intento de conseguir que los lectores se interesaran más por la noticia, no sólo anunciaba su deceso, sino que durante un rato lo calificó de "mejor violonchelista del siglo XX", que es exagerar un poco. Rostropovich fue muy bueno, sobre eso no hay dudas, pero tampoco hay que pasarse, además de que los periodistas no deberían dejarse llevar por el entusiasmo sólo por el hecho de que alguien importante tenga la amabilidad de morirse por estos días. Ya sé que parece muy considerado habida cuenta que pudo elegir cualquier otro momento —diez años atrás, por ejemplo, o diez años a partir de hoy—, pero esa no es razón para estarlo anunciando como si fuera el muerto más importante de la historia. En eso, la prensa es como Hollywood, que cada año saca una película que es "la más cara de la historia".

Si hay que elegir una pieza para medir la calidad de un cellista, uno suele pensar siempre en las seis suites para cello solo de Johann Sebastian Bach. Se piensa que fueron escritas entre 1717 y 1723, mientras el compositor se encontraba al servicio del príncipo Leopold de Anhalt-Cöthen y tenía a su disposición a dos excelentes intérpretes de este instrumento, Bernand Christian Linigke y Christian Ferdinand Abel. Sin embargo, la copia que se posee de las suites está fechada en 1726 y no sobrevivió ninguna de la propia mano de Bach, por lo que el orden cronológico no está probado, si bien se acepta sin reparos que probablemente sea el que hoy conocemos.

Rostropovich grabó su versión de esta obra cumplidos los 63, tras años de estudio, y hay que reconocer que se encuentra entre las mejores del siglo pasado. Sin embargo, puestos a elegir, prefiero sin duda la del español —catalán para los quisquillosos— Pablo Casals, la del también ruso Danil Shafran —menos conocido que Rostropovich porque tras unas cuantas giras exitosas prefirió tocar y grabar en la URSS, además de no haber sido nunca públicamente denostado por el gobierno soviético, algo que en aquellos años daba muy buena prensa en Occidente—, la del francés Pierre Fournier y la del holandés Anner Bylsma. Luego, mencionaría a Rostropovich, pero habida cuenta la excelencia de los otros ejecutantes , creo que no lo desmerezco por ello. Más interés me despiertan sus interpretaciones de las obras de compositores del siglo pasado: Shostakovich, Auric, Britten, Prokofiev, Penderecki, Schnittke et al.

En cualquier caso, no sólo fue un ejecutante brillante y un director de orquesta talentoso —aunque no creo que al nivel de los mejores del siglo XX—, sino también, al parecer, un hombre inteligente, honesto y valeroso, lo que ya es algo. Y al menos tenemos sus discos, una de las innumerables ventajas de vivir en estos tiempos tan tecnológicos.